VIRAL

Superó el abandono, una malformación única y una infancia marcada por el dolor: hoy inspira a miles con su historia

Desde su primer aliento, Clara Lucía Sorrentino debió enfrentar obstáculos que muchos no imaginan. Nacida en Honduras, llegó al mundo con una condición médica extremadamente rara y una realidad familiar devastadora. Su madre biológica la rechazó desde el principio, y su estado de salud era tan delicado que los médicos no creían que sobreviviría. Sin nombre ni cuidados, fue una monja quien dio aviso a las autoridades para protegerla. Así comenzó una vida marcada por el abandono, la lucha constante y la esperanza.

En sus primeros días de vida, Clara fue trasladada a un hospital en condiciones críticas. Desnutrida y enferma, fue internada sin que nadie la reclamara. Una vez bajo custodia del sistema de protección infantil, fue enviada a un orfanato, donde por primera vez alguien se interesó por su estado. Sin embargo, lo que hallaron fue desconcertante. Los médicos no podían entender su diagnóstico. Su cuerpo, desde muy pequeña, requería una colostomía, y aprendió desde la niñez a convivir con una bolsa adherida al abdomen para eliminar los desechos. Esa misma bolsa se convirtió en un secreto que ocultó durante años, llena de vergüenza y miedo.

Clara fue creciendo en un entorno lleno de médicos, hospitales y silencio. Nadie le explicaba lo que pasaba con su cuerpo. Lo que sufría era una malformación congénita sumamente poco frecuente: tenía dos úteros, dos vaginas, dos cérvix, junto con alteraciones urinarias y digestivas severas. Su vejiga no funcionaba correctamente, y sufría de fístulas, obstrucciones y cólicos insoportables. Durante años, sintió que su cuerpo era una prisión, y su existencia, un error del que nadie quería hablar.

El dolor físico era solo una parte de su calvario. Clara también luchaba con el rechazo social y el aislamiento emocional. Nunca pudo hacer las mismas cosas que otras niñas. No iba a la pileta, no podía cambiarse frente a nadie y evitaba cualquier situación en la que su cuerpo pudiera ser visto. La vergüenza era constante, y con ella, la sensación de estar sola, rota, distinta. “Me sentía un monstruo”, confesó, recordando aquellos años en los que pensaba que jamás tendría una vida normal.

Su suerte empezó a cambiar cuando una misionera estadounidense conoció su caso. Gracias a su ayuda, Clara obtuvo una visa humanitaria y fue adoptada por una familia en Estados Unidos que se comprometió a brindarle una nueva oportunidad. Allí se sometió a una cirugía compleja de más de once horas, en la que reconstruyeron su vejiga utilizando parte del intestino. La recuperación fue larga y dolorosa. Estuvo en coma inducido, en silla de ruedas y alimentada por sonda. Aun así, nunca perdió del todo la esperanza. Su madre adoptiva fue su mayor sostén, y el deseo de tener un gato la ayudó a seguir luchando.

Tras esa operación, su vida cambió para siempre. Por primera vez, pudo dejar los pañales, caminar sin dolor y aprender a ir al baño por sus propios medios. Más allá de lo físico, también sanó su relación con su cuerpo. Comenzó a usar ropa que antes no se atrevía a vestir, se animó a hablar de su historia y se sintió libre por primera vez. Ya adulta, estudió, hizo amistades, se enamoró y decidió no ocultarse más.

Hoy, Clara es una figura influyente en redes sociales, donde comparte su experiencia y busca acompañar a quienes atraviesan situaciones similares. Sus videos hablan de moda, de salud, de aceptación. Pero sobre todo, de resiliencia. “Ya no me avergüenza decir que tengo dos órganos reproductivos. No soy un error. Soy una sobreviviente”, asegura con orgullo.

Su historia, marcada por cicatrices visibles e invisibles, se transformó en un mensaje de esperanza. Clara sabe que muchas personas se sienten solas en su dolor, y por eso decidió alzar la voz. “Mis cicatrices ya no me duelen. Las veo como las huellas de lo que superé. Y si con mi historia alguien puede sentirse acompañado, entonces todo valió la pena”.