Dormir bien empieza por el lugar donde descansamos. En colchones, almohadas y sábanas viven organismos diminutos llamados ácaros del polvo. No se ven, pero sus restos y desechos pueden desencadenar alergias, congestión y malestar nocturno que deterioran el descanso.
¿Por qué impactan la salud?
Los ácaros se alimentan de escamas de piel y prosperan en textiles blandos. Sus alérgenos pueden agravar rinitis y asma, y empeorar problemas cutáneos como la dermatitis atópica. El resultado: despertares con estornudos, picazón y ojos llorosos, además de sueño poco reparador.
Señales de alerta
Si notas estornudos al despertar, congestión persistente, tos nocturna y lagrimeo frecuente, podrías estar expuesto a altos niveles de alérgenos en la cama. Estos síntomas suelen confundirse con un resfriado, pero su persistencia y empeoramiento nocturno son la pista.
Cómo reducirlos (sin obsesionarse)
Encapsula colchón y almohadas con fundas antiácaros (con cierre). Esta medida reduce de forma efectiva el contacto con alérgenos mientras duermes.
Lava la ropa de cama cada semana en agua caliente, alrededor de 130 °F/54 °C, y sécala completamente para eliminar ácaros y alérgenos.
Controla la humedad del dormitorio entre 30–50 %; los ácaros prosperan en ambientes cálidos y húmedos.
Aspira con filtro HEPA y pasa paños húmedos para retirar polvo; reduce peluches, cojines y textiles que acumulen alérgenos.
Ventila el cuarto y, si es posible, usa materiales de fácil limpieza (suelo duro en vez de alfombra de pared a pared).
Estas acciones combinadas son la estrategia más efectiva para bajar la carga de alérgenos en el dormitorio.
Dormir en un entorno cargado de ácaros puede parecer inofensivo, pero a la larga afecta la respiración, la piel y la calidad del sueño. Con fundas protectoras, lavado caliente y un control básico de humedad y polvo, puedes transformar tu cama en un espacio más saludable y descansar mejor.